lunes, 27 de junio de 2016

CARAJO LLEGUÉ A LOS SESENTA

La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven.
Juls Renard. Escritor y dramaturgo.(1864-1910)

Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado.
Quevedo


Foto de El Colombiano
Sucedió repentinamente y sin previo aviso. Una tarde cuando regresaba a casa a bordo del metro un joven muy atento me ofreció su puesto para que me sentara. Esto me sorprendió mucho y en milésimas de segundo pasaron por mi mente montones de pensamientos para tratar de asimilar esto.

De hecho no tenía ni un brazo o una pierna enyesada, tampoco me sentía incómodo al viajar de pie agarrado del tubo del techo, ni estaba agotado o sudando. La verdad esa tarde me sentía sumamente bien y lleno de energía y no sabía qué decisión tomar ante tan inusual ofrecimiento.

Así que le dije al muchacho: Muchas gracias joven, es que ya me bajo en la siguiente estación, cosa que no era cierta.

El muchacho se sentó y entonces recordé que al día siguiente yo arribaría a los sesenta años, edad que muchos consideran de ancianos. No me preocupó mucho el asunto y por el contrario me alegró que aún se conservaran algunas de las normas de urbanidad de Carreño en gente tan joven.

Algunos días después cuando hacía fila para hacer una diligencia en el banco, uno de los vigilantes me invitó a que me pasara a la fila preferencial que allí tenían para discapacitados, mujeres embarazadas y ancianos. De hecho era una fila corta pero de nuevo rechacé cortésmente el ofrecimiento y preferí conservar mi turno en la de atención general.

Tomé luego una buseta de transporte público en la que solo había puesto en la parte delantera al lado del conductor. Subir por esa entrada es algo más complicado por tener su acceso mucho más alto, pero no era problema para mí. Lo que sucedió mientras subía si fue algo embarazoso, el chofer comenzó a darme indicaciones sobre cómo debía subir con el tono de voz con el que se le habla a los niños. Confieso que eso si me molestó bastante, más aún cuando el que me lo decía no era ningún jovencito sino un hombre cincuentón.



Toqué el timbre al llegar a mi calle y me bajé dando un salto hasta la acera. Todos los pasajeros sacaron sus cabezas por las ventanillas como sorprendidos y el conductor asombrado dijo: Oh… todavía salta.

Ya no solo estaba disgustado, caminé hasta la casa  que echaba humo.

Un día al llegar al barrio me tiré del bus andando, y aunque siempre esto hacía por primera vez lo noté. Cuando te ofrecen descuento para entrar al teatro y los carros se detienen para que pases la calle sabrás que has llegado a ser adulto mayor.

Y Alberto Cortez cantó así: “Uno va subiendo la vida, de a cuatro los primeros escalones. Tiene todas las luces encendidas y el corazón repleto de ilusiones. Uno va quemando energías, es joven, tiene fe y está seguro. Soltándole la rienda a su osadía, llegara sin retrasos el futuro. Y uno sube, sube, sube. Flotando como un globo en el espacio. Los humos los confunde con las nubes, subestimando a todos los de abajo".

¿Por qué mi corazón sigue tan lleno de emociones como niño?
¿Por qué mi mente, sigue igual de curiosa?
¿Por que al mirar a los ojos de mi hijo, siento un amor que duele?

No debes preocuparte por las arrugas de tu rostro, preocúpate por las arrugas de tu cerebro
Ramón y Cajal


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